La Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AIMT) lanza una iniciativa para combatir los estereotipos motivados por la falta de mujeres relevantes en la ciencia y propone meterlas en los libros de texto.

 

Por MARISA KOHAN

¿Te imaginas qué hubiera pasado si Einstein hubiera nacido mujer? Que probablemente hoy no sabríamos de su existencia, puesto que los méritos se los hubiera atribuido algún compañero de investigación. Este fenómeno, que se popularizó como efecto Matilda, está en la base de que los nombres de mujeres brillantes no hayan trascendido en la historia, ni que sus apellidos figuren hoy en los libros de texto o en los manuales científicos. El nombre de Matilda recuerda a la activista feminista norteamericana Matilda Joslyn Gage, considerada la primera en denunciar el fenómeno de la usurpación de los hallazgos de las mujeres por parte de sus colegas varones.

Esto es lo que le ocurrió a diversas brillantes científicas, como es el caso de Rosalind Franklin (1920-1958) descubridora de la estructura de doble élice del ADN y cuyo trabajo se le atribuyó a los científicos Wikings, Watson y Crick a quienes se les dieron el Premio Nobel por este avance. También fue el caso de Lise Meitner, madre de la fisión nuclear que no compartió el Nobel de química con su compañero de laboratorio Otto Hahn en 1947. Hahn ni siquiera la mencionó su discurso. O lo que le ocurrió a Isabella Karle, quien trabajó codo a codo con su marido para descubrir la estructura tridimensional de la molécula, pero tuvo que ver el discurso de aceptación del Premio Nobel de su pareja en 1985 sentada en el palco de invitados.

No son casos aislados, sino una constante en la historia grandes mujeres que han pasado prácticamente desconocidas a lo largo de la historia. Incluso en el caso de Einstein, diversas voces reconocen la importancia de su primera esposa, la física Mileva Marić, quien podría estar detrás del impulso del genio alemán, pero que la historia la ha silenciado

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