El protagonista de la última obra de Ramón Paso dice que se retiró de la función tras conocer la denuncia de agresión sexual “por cuestión de tripas, no con idea de cancelar a nadie ni para coger la bandera del feminismo”
Pepe Viyuela
El actor Pepe Viyuela, fotografiado el viernes en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
CLAUDIO ÁLVAREZ
Raquel Vidales

Madrid

Pepe Viyuela se topó de bruces con uno de los mayores dilemas de su vida la semana pasada, cuando saltó la noticia de que la Fiscalía Provincial de Madrid había presentado una denuncia contra el director teatral Ramón Paso por agresiones sexuales a 14 mujeres. Protagonista de Jardiel enamorado, obra escrita y dirigida por Paso que en ese momento se representaba en el teatro Infanta Isabel de Madrid, sobre sus hombros cayó de pronto la responsabilidad de responder en público a una de las preguntas más difíciles de este tiempo: ¿cancelamos o no cancelamos? Empezó a recibir decenas de llamadas de la prensa, pero él no contestaba porque no sabía qué hacer ni qué decir.
―Me quedé paralizado. Estaba confundido, sorprendido, enfadado. Finalmente descolgué a una periodista y cuando me preguntó si iba a seguir con la función, resolví: “Yo no voy a salir esta tarde a escena. No puedo”. Pero no lo decidí con idea de cancelar a nadie ni para coger la bandera del feminismo, sino por una cuestión de tripas. Como un vómito. Hay momentos en los que hay que invitar a la calma, pero otras veces no se puede demorar la respuesta. Es como si de pronto ves una agresión por la calle: no puedes irte a casa a pensar un par de días a ver qué haces. Tan sencillo como eso —explicaba el intérprete a este periódico al día siguiente, algo más relajado ya, aunque todavía conmocionado.
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De un plumazo y sin pretenderlo, Viyuela limpió de prejuicios la palabra cancelación para llenarla de sentido y legitimidad. A lo que hay que sumar el hecho de que era un hombre el que lo hacía. Nadie se atrevió a cuestionar o lanzar una mínima crítica a su decisión. “Es que no podía hacer otra cosa. No me olvido de la presunción de inocencia, pero no puedo ignorar el hecho de que 14 mujeres que seguramente no se conocían han presentado una denuncia”, reflexiona. Horas después, el productor Andrés Vicente Gómez y los programadores del Infanta Isabel, de acuerdo con Viyuela y los otros dos actores del espectáculo (Sergio Otegui y Rafa Ortega), anunciaron en un comunicado la suspensión definitiva del espectáculo. No se adhirieron las tres integrantes femeninas del reparto, Ana Azorín, Inés Kerzan y Ángela Peirat, socias de Ramón Paso en la compañía PasoAzorín.
Pregunta. En ese comunicado aseguran que desconocían por completo los hechos denunciados. ¿Cómo es posible que nadie supiera nada habiendo al menos 14 mujeres que han acudido a la justicia?
Respuesta. Es la gran pregunta. Voy a ser sincero. Cuando acepto participar en esta obra y una mujer de mi entorno cercano se entera, me dice: ‘¿Tú no sabes que hay rumores de que Ramón Paso es un acosador?’. ‘Ni idea. ¿Pero tú conoces directamente a alguien a quien le haya pasado?’, le pregunto. ‘No. Solo sé que una persona se le dijo a otra’, responde. Con esa información tan escasa, yo no me siento capaz en ese momento de romper mi compromiso con la producción y sigo adelante. Pero ya me quedo con la idea inoculada en la cabeza. No puedes evitar la sospecha, aunque también te sientes mal por pensarlo, te dices que no puedes acusar a nadie de algo tan grave por rumores.
P. ¿No notó nada sospechoso durante los ensayos?
R. No vi ningún indicio de acoso o abusos. Pero, claro, con esa información que yo tenía en la cabeza, no podía evitar analizar algunas cosas. Era muy contradictorio, me intentaba convencer a mí mismo de que estaba condicionado por lo que me habían dicho, pero lo cierto es que no me gustaba cómo Ramón hablaba a la compañía, quizá en mayor medida a ellas que a nosotros. Me parecía extraño.
Actuar como si no pasara nada no era posible
P. ¿En qué sentido?
R. A ver… me resulta muy duro hablar de esto ahora. Pero yo veía como una energía negativa de poder. Y cuando él decía algo, era acogido por las actrices con un entusiasmo desmesurado. Como que valoraban excesivamente sus aportaciones. Era como que yo notaba que había algo alrededor de Ramón que lo convertía en una especie de gurú o ser superior ante determinadas personas.
P. Llamó mucho la atención el miércoles que las tres actrices del reparto no se sumaran al comunicado.
R. Ellas están muy vinculadas a Paso. Lo admiran incondicionalmente. Eso yo no lo había visto nunca.
P. Volviendo al tema de la cancelación, ¿y si resulta que Ramón Paso sale absuelto?
R. Yo no soy amigo de Ramón y no le he llamado para preguntarle, tampoco él me ha llamado a mí para desmentirlo. Pero es que yo no lo estoy acusando de nada, lo estoy cuestionando. Es decir: si esto está sobre ti, pues vamos a hacer una pausa, vamos a ver qué tienes que decir tú, qué tienen que decir las personas que se han querellado contra ti y qué tienen que decir los jueces. Actuar como si no pasara nada no era posible.
Sigue presente la prepotencia masculina
P. Todo el sector le ha apoyado públicamente en su decisión. ¿Le reconforta?
R. Me reconfortó que Andrés Vicente Gómez no me dijera: voy a perder mucho dinero y tenemos que seguir como sea. Al revés, me dijo: esta función hay que levantarla. Pero no me siento ningún valiente ni un héroe ni un abanderado de nada. Y ahora por eso mismo me quiero apartar. Yo no soy protagonista de nada, soy un actor secundario de una historia que me ha caído encima. Me ha tocado a mí porque soy el foco mediático más visible, pero yo ya he hecho lo que tenía que hacer.
P. Al día siguiente se canceló otra obra dirigida por Paso que estaba en cartel en el teatro Reina Victoria de Madrid. ¿Cree que está cambiando realmente la actitud de la sociedad frente a los abusos?
R. Durante mucho tiempo se han considerado normales comportamientos que no lo eran. Por ejemplo, considerar que las actitudes de invasión eran galantería. O entrar en un ascensor con un profesor y que te metiera mano. Podía ser habitual, pero no normal. Y la mujer se lo comía y lo que hacía era evitar a ese tío, pero no decía nada porque no le iba a servir de nada, le dirían “qué bobada, mujer, pues que le gustas”. Por suerte eso ya no se considera normal, pero sigue un poco ahí todavía. Sigue presente la prepotencia masculina. Lo digo incluso por mí. La cuestión es decidir qué queremos: un mundo en el que hay que pedir permiso para besar o un mundo en el que yo digo te voy a besar porque me apetece.
P. ¿Son más vulnerables a los abusos profesiones tan inestables como la suya?
P. La precariedad y la intermitencia te hacen muy vulnerable, claro. Y luego hay que tener en cuenta también la naturaleza de nuestro trabajo. No es lo mismo estar en una oficina delante de un ordenador que trabajar con los sentimientos o tener que acariciar o besar en escena haciendo que parezca verdad siendo mentira.