La ingeniera química Frances Arnold, fotografiada en la azotea de un hotel de Barcelona.

La ingeniera química Frances Arnold, fotografiada en la azotea de un hotel de Barcelona.JUAN BARBOSA

Meses después de la muerte del dictador Francisco Franco, una chica estadounidense de 19 años aterrizó en Madrid para hacer unas prácticas de verano en la empresa Westinghouse, fabricante de los primeros reactores nucleares en España. La joven, estudiante de Ingeniería, se instaló en un piso compartido en la calle Ibiza, junto al Parque del Retiro. “Pasé un verano maravilloso en Madrid en 1976. Yo era joven, la nueva democracia era joven… Era una fiesta constante”, recuerda ahora Frances Arnold, nacida hace 64 años en Pittsburgh. En su ciudad natal ya había sido pizzera, recepcionista, camarera en un club de jazz e incluso taxista. En Madrid, con un diccionario en la mano, comenzó a devorar los libros del escritor argentino Jorge Luis Borges. Y, según Arnold, la literatura borgiana le ayudó a ganar el Premio Nobel de Química en 2018.

Pregunta. ¿Cómo era aquella joven Frances Arnold que vivía en Madrid en 1976?

Respuesta. Curiosa. Quería aprender todo: el español, la cultura española, la gastronomía española, las tapas, la música, la literatura. Leía todo el tiempo. Absorbía muchísima información.

P. Usted había trabajado antes en Pittsburgh de taxista.

R. Sí, era una de las pocas mujeres taxistas. Eran taxis amarillos enormes y las calles de Pittsburgh son muy estrechas. Aprendí a orientarme y a maniobrar en circunstancias difíciles.

P. Tenía apenas 18 años, sería duro.

R. Ni lo pensé, era capaz de hacer cualquier cosa, como todas las personas de 18 años. Solo después aprendemos nuestras limitaciones.

“Con 18 años eres capaz de hacer cualquier cosa, solo después aprendemos nuestras limitaciones”

P. Haber sido taxista no es el currículum habitual en los premios Nobel. ¿Sabe si hay más antiguos taxistas que hayan ganado el Nobel?

R. No estoy segura de ser la única, porque la mayoría de nosotros tuvimos que trabajarnos el camino a la universidad. No era raro que los jóvenes trabajasen. En una pizzería te pagaban 75 céntimos la hora, pero como taxista ganaba dos o tres dólares la hora. Era mucho más fácil ganar dinero. En Princeton también trabajé de taxista dos años.

P. Usted también trabajó limpiando la casa del filósofo de la ciencia Thomas Kuhn.

R. Sí, Thomas Kuhn tenía un bordado colgado en la pared que decía: “Bendice este paradigma”. Él nunca estaba en casa, porque yo iba a limpiar durante el día.

P. No pudo aprender filosofía con Thomas Kuhn, entonces.

R. No, solo aprendí que fumaba demasiadas pipas. [Risas]

P. Usted contó en el discurso del Nobel que Jorge Luis Borges tuvo una gran influencia en su trabajo en la química. ¿Cómo?

R. Uno de los cuentos de Borges, La biblioteca de Babel [sobre una biblioteca que parece tener todos los libros posibles], es la mejor descripción que conozco de un universo de posibilidades. Si escoges letras del alfabeto al azar y las pones juntas en un libro, lo que sueles obtener es un galimatías. Lo mismo ocurre con el ADN, el libro de la vida. Esto frustraba a los bibliotecarios de La biblioteca de Babel, porque nunca encontraban un determinado libro. Si tienes una biblioteca con todos los libros posibles, no puedes encontrar nada con sentido. En cambio, si pensamos en todos los posibles libros de la vida, puedes encontrar los que tengan significado simplemente raspando la suela de tu zapato. La biblioteca de libros de la vida es tan grande como la de Jorge Luis Borges, pero los libros con significado están por todas partes, gracias a la evolución. La evolución ya ha revisado todas las posibilidades y ha encontrado las que codifican la vida, así que en cualquier parte podemos encontrar estos hermosos libros. Jorge Luis Borges describió la dimensión de las posibilidades y [el naturalista inglés Charles] Darwin descubrió cómo recorrer esa biblioteca.

P. El cuento de La biblioteca de Babel es una lectura obligatoria en sus clases de Ingeniería Molecular en el Instituto de Tecnología de California.

R. Sí, a los estudiantes les encanta. Si lees La biblioteca de Babel entiendes qué significa la palabra grande.

P. De joven no le interesaba nada la química y ha acabado ganando el Nobel de Química. ¿Tiene algún mensaje para los jóvenes que no se sienten atraídos por la química?

R. La vida es larga, puedes tener muchas vidas diferentes. Puedes aprender muchas cosas distintas, nunca se sabe cuándo te servirán, así que aprende todo lo que puedas y combina tus conocimientos de manera novedosa. Adáptate, sé flexible y aprende permanentemente.

La científica Frances Arnold, retratada antes de la entrevista, en Barcelona.

La científica Frances Arnold, retratada antes de la entrevista, en Barcelona.JUAN BARBOSA

P. ¿Qué aplicaciones de la evolución dirigida podemos ver en la vida cotidiana?

R. Casi todo el mundo utiliza los productos de la evolución dirigida. Por ejemplo, cuando lavas la ropa hay enzimas [proteínas que favorecen una reacción química] en el detergente y todas están hechas mediante evolución dirigida, optimizadas para actuar en una lavadora. Y hay muchísimos otros ejemplos. Muchos fármacos se producen mediante enzimas hechas con evolución dirigida. Y estas enzimas también se usan para diagnosticar y tratar enfermedades.

P. Usted nunca patentó la tecnología para lograr la evolución dirigida. ¿Por qué?

R. Quería que el mundo la utilizara. Tampoco me creía con derecho a ser la dueña de la evolución. Puedes patentar métodos muy específicos, pero no puedes patentar una idea general. Y sentí que la idea general era tan obvia e importante que el mundo debía aprovecharla.

“No patenté mi tecnología porque no me creía con derecho a ser la dueña de la evolución”