La expansión de las tecnologías de comunicación ha dado lugar a nuevas formas de agresión que operan silenciosamente y que, pese a su impacto, resultan difíciles de identificar. Bajo las expresiones “violencia digital invisible” y “violencia digital no visible” se agrupan aquellas conductas que generan daño emocional, social o psicológico a través de medios digitales sin recurrir a ataques directos o explícitos. Se manifiestan mediante gestos cotidianos que pasan desapercibidos —como el control encubierto de la actividad en redes, la monitorización de conexiones, la exclusión deliberada de grupos digitales, o la difusión de mensajes aparentemente neutros que erosionan la autoestima— y que construyen un escenario de vigilancia, presión y aislamiento.
Esta violencia digital no visible no deja rastros evidentes, se oculta entre usos normalizados de la tecnología y rara vez se reconoce como una forma de agresión. Su carácter silencioso dificulta tanto la identificación por parte de la víctima como la intervención del entorno, lo que contribuye a prolongar situaciones de dependencia emocional, inseguridad o malestar psicológico. A menudo se desarrolla de manera progresiva, mezclando patrones de control, manipulación o desprestigio que se integran en la rutina digital hasta naturalizarse, pese a los efectos perjudiciales que generan.
Estas dinámicas afectan a múltiples ámbitos de la vida cotidiana. En el terreno afectivo, pueden reforzar relaciones de poder y control emocional a través de la supervisión constante o la manipulación comunicativa. En espacios laborales, se traducen en prácticas digitales que presionan, aíslan o condicionan el desempeño profesional sin evidencias directas de acoso. En el ámbito educativo, se expresan mediante exclusiones digitales sutiles que deterioran la convivencia y la integración social del alumnado. Su invisibilidad impide que se perciban como violencia, pero su impacto acumulado resulta tan dañino como otras formas más visibles de agresión digital.
Ante esta realidad, la comprensión y la sensibilización pública son esenciales. Reconocer los mecanismos de la violencia digital invisible y no visible permite avanzar hacia una cultura digital más consciente, capaz de detectar señales tempranas y de promover relaciones más seguras, igualitarias y respetuosas. La formación en competencias digitales, la incorporación de estas problemáticas en estrategias educativas y laborales y la elaboración de herramientas de prevención constituyen pasos imprescindibles para construir entornos tecnológicos que protejan a las personas y eviten que estas formas de violencia continúen operando bajo el umbral de lo aparentemente inofensivo.
La violencia digital es violencia real.
#NoHayExcusa para el abuso en línea
La violencia de género sigue siendo una de las violaciones de los derechos humanos más extendidas y generalizadas del mundo. Se calcula que, a nivel global, casi una de cada tres mujeres han sido víctimas de violencia física y/o sexual al menos una vez en su vida. Y lo que es aún peor, cada diez minutos, una mujer o niña muere a manos de su pareja u otro miembro de la familia.
Se trata de una lacra que se ha intensificado en diferentes entornos, pero este año la campaña del Día contra la Violencia de Género se centra en uno en especial: el digital. La violencia contra la mujer en las plataformas en línea es, a día de hoy, una seria y rápida amenaza que pretende silenciar las voces de muchas mujeres, especialmente aquellas con una alta presencia pública y digital en ciertos ámbitos como la política, el activismo o el periodismo.
Es una forma de violencia en aumento debido a la débil regulación tecnológica, una falta de reconocimiento legal de este tipo de agresiones en algunos países, la impunidad de las plataformas, las nuevas y rápidas formas de abuso con IA, los movimientos contrarios a la igualdad de género, el anonimato de los agresores y el escaso apoyo a las víctimas digitales (ONU)
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