Cuando la explotación de las mujeres pasa a formar parte del paisaje urbano
Con el debate sobre la abolición de la prostitución de nuevo sobre la mesa, la gentrificación y la expansión de las terrazas en el centro de la capital está llevando a normalizar todavía más la imagen de la pobreza de las mujeres en situación de prostitución
Mujeres a apenas dos metros de quienes sentados siguen comiendo, bebiendo o hablando tranquilamente como si ellas, también sentadas pero sobre un cartón en un portal, o en el poyete de una ventana, formaran parte del paisaje

Se vuelve a abrir el debate sobre la abolición de la prostitución mientras en ciudades como Madrid, es fácil comprobar en el día a día, cómo el sufrimiento de quienes la ejercen se hace invisible. La gentrificación del centro de la capital y la expansión de las terrazas, sobre todo en el último año, está llevando a «que se normalice todavía más la imagen de la pobreza». Mujeres a apenas dos metros de quienes sentados siguen comiendo, bebiendo o hablando tranquilamente como si ellas, también sentadas pero sobre un cartón en el escalón de entrada de un portal, o en el poyete de una ventana, formaran parte del paisaje.
Wendy tienen 42 años y lleva 20 ejerciendo la prostitución. Habitual en una de las zonas próximas a la Gran Vía en la que siempre, a todas las horas del día y de la noche hay mujeres en situación de prostitución, cuenta que cada vez se hacen más invisibles. «Es como si no estuviéramos. No existimos porque a la gente le da igual». Invisibilidad que se rompe y es lo que más le duele, con burlas o miradas de quienes pasan cargados de bolsas, buscando un sitio en el que tomar algo. «Esto no es nada fácil, no saben con los hombres que te tienes que acostar, que no quiere usar preservativos, o las barbaridades que…», pero prefiere no terminar la frase. «Que se pongan en mis zapatos».
Mientas hablamos con Wendy, «mi nombre de trabajo», busca en todo momento reconocer con la mirada a sus «clientes» entre familias que pasean por la calle, niños que juegan, o gente que sale de trabajar y acelera el paso. La expansión de las terrazas, de la vida en la calle, «nos está quitando el trabajo. Viene el cliente a buscarnos, pero pasa de largo, y nosotras no podemos hacer nada». «El trabajo ha bajado mucho, me acaban de ofrecer diez euros por un sexo, pero yo no estoy dispuesta a todo»
A pesar de todo, frente a la postura abolicionista, ella defiende la legalización de la prostitución, porque no cree que eso signifique legalizar la explotación y la pobreza de las mujeres. Yo que he estado tantos años buscándome la vida prefiero estar en la calle a estar oculta en un club o en un piso a lo que te digan otros»
«Yo no consumo prostitución, pero entiendo que otros lo hagan»
Tres y media de la tarde. Tres amigos comen tranquilamente. Desde donde están de cara a la calle, a menos de tres metros, dos mujeres sentadas en el escalón de entrada de dos portales contiguos esperando. Están ya con el postre.
«Si no hubiera clientes no habría prostitutas, pero ellas no me molestan para nada». «Estamos simplemente comiendo y no nos molestan» añade su compañero de mesa. «Si quieres que no haya prostitución pena a los clientes». Una pregunta más mientras piden el café, alarga la conversación. ¿Creéis que está ahí porque quiere y no por necesidad? «Bueno, habrá que ver si están obligadas, si hay mafias detrás, si tienen chulo o lo hacen porque quieren» contestan. «Yo no consumo prostitución, pero entiendo que otros lo hagan, tendrán sus motivos». ¿Qué tiene de negativo, es el oficio más antiguo del mundo?
Ellas, a diferencia de Wendy, nos dicen en voz baja que no están solas y no pueden hablar. Tampoco la mujer que ha elegido el poyete de una ventana, a pie de calle, para sentarse. La distancia que la separa de las mesas de una pizzería, es la que ocupan los coches que pasan por esta calle de un solo sentido. Marta, la camarera que acaba de dejar la comida a una pareja, reconoce que no presta mucha atención a lo que pasa alrededor. «No me cuestiono si están ahí forzadas o porque quieren» En realidad «forman parte de este paisaje, como yo ahora mismo». Cuando nos despedimos, sobre el poyete de la ventana, solo vemos el cartón.