Eva Nogales, catedrática de Bioquímica, Biofísica y Biología Estructural de la Universidad de California en Berkeley (EEUU), es la única científica española de la historia que ha ganado el Premio Shaw, el llamado Nobel oriental, un mérito que la ha llevado a aparecer también en las quinielas del Nobel sueco.

Nacida en Colmenar Viejo (Madrid), de padre camionero y madre ama de casa, estudió gracias a una beca. Está orgullosa de que su trayectoria «ejemplifique la labor de ascensor social de la educación pública» y no ha dejado de mantener el contacto con sus profesoras del instituto, que le inculcaron un profundo amor al conocimiento y una pasión contagiosa por el trabajo.

Lleva en Berkeley 32 años y se ha convertido en líder internacional en el uso de la criomicroscopía electrónica, una herramienta que permite tomar millones de imágenes de los componentes de las células a una escala diminuta -son un millón de veces más pequeños que una pulga- y obtener a partir de ellas la forma tridimensional, átomo a átomo, de proteínas clave.

Así, ha logrado determinar la estructura de la tubulina, una especie de pieza de Lego que forma los microtúbulos, esenciales para la vida de las células, un descubrimiento que abre la puerta a nuevos tratamientos contra el cáncer y que le valió la portada de la revista Nature.

Dos décadas de su vida las ha dedicado a revelar la forma de un complejo de proteínas, el factor de transcripción TFIID, que le ha permitido comprender cómo funciona la lectura de cada uno de nuestros genes. «La ciencia me ha hecho vivir la vida con intensidad», sostiene.

En diciembre vino a España para ser investida doctora honoris causa por la Universidad Carlos III de Madrid y para recibir la medalla al mérito científico del CSIC. Pero el galardón más importante, el que la pone a las puertas del Nobel, es el Premio Shaw. Es la única española que lo tiene. ¿Siente presión por estar en las quinielas del Nobel?
Sí, siento una enorme responsabilidad. Una de cada cinco personas que ganan el Shaw gana también el Nobel, pero eso no significa que me lo vayan a dar.
¿Cómo ha llegado hasta tan arriba desde el instituto público de su pueblo?
Estudié en el Marqués de Santillana de Colmenar Viejo, que entonces era el único de toda la sierra de Madrid. A mí el instituto me definió como persona, me abrió las puertas al conocimiento. Me encantaban las Matemáticas, la Biología y la Física, pero también la Literatura y la Historia. La adolescencia es la época más bonita e intensa de nuestra vida. Yo la disfruté muchísimo.
¿Qué notas sacaba?
Matrículas de honor.
¿Tiene altas capacidades?
No se me hizo nunca ninguna prueba, pero crecí en la cultura del esfuerzo, la de no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy. Totalmente. Era muy trabajadora, un poco maniática y superresponsable.
¿Sus padres se preocuparon por su educación?
Lo más importante para mis padres era que sus hijos fueran a la universidad, tuvieran cultura y trabajos intelectuales. Mi padre era de una familia de ganaderos y él y sus hermanos se turnaban de jóvenes para cuidar a las ovejas. Yo no lo conocí de pastor, cuando nací ya era camionero y trabajaba en una empresa de transportes. Y mi madre, hasta que se casó, tenía la profesión típica de las mujeres de Colmenar: era bordadora. Todas las chicas de Colmenar bordaban mantelerías, sábanas, el ajuar… Luego se dedicó a su casa. Eran muy trabajadores y ahorradores. No nadábamos en la abundancia, pero siempre me compraban libros de texto nuevos. No tenía ropa de marca, pero libros no me faltaban nunca.
¿Le dieron beca para ir a la universidad?
Sí, estudié Física con beca en la Universidad Autónoma de Madrid. La Movida la vi de lejos porque estaba todo el día estudiando.
¿Cuándo tuvo claro que quería ser física?
Yo pensaba estudiar Medicina porque tenía buenas notas. A mis padres probablemente les hubiera hecho más ilusión. Pero me di cuenta de que no tenía ni la fortaleza emocional ni la vocación. Así que me fui lo más lejos posible de las enfermedades. Me encantaba la forma en que las Matemáticas expresaban de forma elegantísima el mundo de las leyes físicas. Carl Sagan me inspiró mucho, por su don de saber explicar conceptos difíciles de forma sencilla. También me influyeron mis profesoras del instituto, que me definieron como persona y me abrieron las puertas al conocimiento y a la investigación.
¿Mantiene el contacto con ellas?
Sí, me he mantenido siempre en contacto con ellas. Son Ana Cañas, mi profesora de Física; Ana de Frutos, de Biología, y Avelina Lucas, de Matemáticas. Son mujeres de rompe y rasga: apasionadas, inspiradoras y con una capacidad didáctica impresionante. Si a cualquiera de ellas le hubiesen dado las oportunidades que tuve yo, habrían ganado el Nobel. Nos vemos todos los años y tenemos un grupo de WhatsApp. Cuando obtuve la estructura de la tubulina unida al taxol y salió en la portada de Nature, la mandé al instituto. También nos juntamos cuando, a los 50 años, me hicieron miembro de la Academia de Ciencias de EEUU, que para mucha gente es la culminación de su carrera. Durante la ceremonia llevé un fular de seda rojo muy bonito que me regalaron ellas.
Para la entrega del Premio Shaw llevó un mantón de Manila.
Sí, cuando volví a España después de la pandemia compré dos mantones de Manila en la Puerta del Sol: uno para mi compañera [la premio Nobel] Jennifer Doudna porque iba a ser su cumpleaños, y otro para mí. Cuando me dieron el Shaw, me dije: «Yo ahí voy de mantón de Manila». También llevé lazos morados en la muñeca y en la cintura. Iba de mujer y de española.
La biofísica, única española con el Premio Shaw.
La biofísica, única española con el Premio Shaw.CHRISTOPHER MICHEL

¿Qué le cuentan sus profesoras sobre el sistema educativo español?
Cosas positivas y negativas. Lo que yo veo, más que ellas me lo hayan dicho, es que las leyes cambian constantemente y el sistema educativo no es estable. Los profesores deben de estar aturdidos.
¿Cree que los alumnos se esfuerzan ahora menos que antes?
La gente joven es un reflejo de cómo es la sociedad. En el mundo de la educación y de la investigación de EEUU estamos viendo que, a partir de la pandemia, la gente ha decidido vivir más la vida, estar más con sus amigos y dedicarse más a sus aficiones. Se piensa más en disfrutar. Desde Europa también me dicen lo mismo. Incluso desde China, un país que se identifica con el esfuerzo más absoluto. Esto es algo que aquí en España es más parte de la cultura: una cosa es el trabajo y otra la vida personal. En EEUU hay más adictos al trabajo.
¿Usted es capaz de separar la vida personal del trabajo?
Los de mi generación vemos esto como una vocación y un privilegio. Nos encanta lo que hacemos y nos da igual que sea un día de fiesta que probablemente nos levantemos por la mañana y vayamos a revisar el correo electrónico para ver qué noticias hay del laboratorio. Ahora eso no es así. Las nuevas generaciones dicen: «Vamos a trabajar de tal a tal hora». Yo no desconecto nunca. Pero además es que no quiero, porque me encanta esto. Y eso no quiere decir que no disfrute de la compañía de mi familia y amigos. A mí la ciencia me ha hecho vivir la vida con intensidad. Es decir, si voy a un museo me lo pateo entero. Si estoy en la naturaleza, veo en una hoja el mecanismo de la fotosíntesis y la aprecio mucho más.
¿Ve a jóvenes sin vocación laboral que viven su ocio con intensidad?
No lo sé. Estas generaciones han sido expuestas a tendencias completamente diferentes y a un ritmo de cambio brutal. Sienten mucha incertidumbre. Tienen que decidir a qué se dedican y cuál es su función en el mundo cuando no sabemos hasta dónde nos va a llevar la inteligencia artificial. Los jóvenes o tienden a estar muy involucrados en ideas y proyectos o están tan apabullados que deciden vivir el día a día. Mi generación, la que vivió la Transición, la democracia, la modernización de España y la entrada en la UE, tuvo mucha suerte y vivimos una libertad de expresión y de actuación que ahora yo creo que no existe. A cada individuo se le daba un protagonismo que ahora se ha diluido.
¿Por qué dice que hay menos libertad de expresión que antes?
Antes nos preocupábamos menos de la sensibilidad del otro; por ejemplo, se hacía un humor que ahora sería ofensivo. Me da la sensación de que ahora la gente tiene que pensarse un poco más lo que dice, para bien y para mal.
¿Qué herramientas son necesarias para afrontar este proceso de cambio en el que estamos inmersos?
La educación es importantísima. Lo mencioné muchas veces en mi discurso del honoris causa: ninguna sociedad puede permitirse el lujo de desperdiciar talento por no ofrecer educación de alta calidad que descubra y alimente el potencial de cada uno de sus ciudadanos. Para mí, una educación ideal es aquélla que saca de cada individuo su máximo potencial. Es también aquélla que te hace querer seguir aprendiendo.
¿Qué tipo de profesora es?
Yo me tomo mis clases muy en serio. Me gusta mucho interaccionar con mis estudiantes porque veo su potencial para apasionarse por lo que hacen y porque son los que van a contribuir a crear el conocimiento del futuro. Normalmente dedico unos 20 minutos a dar la clase, pero me paro, hablamos y discutimos, en un estilo de enseñanza socrática. Aunque grabo las clases, los estudiantes están presencialmente porque quieren hacerme preguntas. Y entonces, sobre sus preguntas, surge un intercambio. De vez en cuando algunos me preguntan cosas que a mí no se me habían ocurrido.
¿Qué intenta enseñarles?
A ser conscientes de que hay otros puntos de vista, otras experiencias de vida y fuentes de información. Por eso me parece tan importante que se eduque en el sentido común, en el pensamiento crítico, en enseñar a poder juzgar y en tratar al otro con respeto y empatía. Cualquier líder, cualquier persona que tenga que tomar decisiones importantes, tiene que empezar por ser alguien que escuche. No como Trump… Como mujer y científica, me preocupa alguien con tan poco respeto por la ciencia y con una visión tan superficial sobre las mujeres.
¿Por qué las mujeres no estudian carreras científico-tecnológicas, a pesar de que éstas son las que tienen más salidas laborales?
Falta que tengan más oportunidades de hablar con mujeres que sean referentes. Los estudiantes se lanzan a hacer una carrera sin haber tenido una interacción previa con alguien que les haya contado en qué consiste su trabajo en el día a día. Pero ha habido mucho avance: en la Carlos III hay un 30% de mujeres en Ingeniería.
¿Qué pueden aprender las universidades españolas de las de EEUU, que están entre las mejores del mundo?
En EEUU la ciencia está más ligada a las universidades que en España. Se hace más investigación porque tenemos menos horas de docencia. En España se hace buena investigación, pero los profesores deben dar clase todos los días de la semana. ¿Cómo vas a hacer ciencia al mismo nivel y con la misma profundidad? Tener más profesores es una inversión.
¿Usted podría hacer en España lo que hace en EEUU? Aquí muchos científicos se ven obligados a irse al extranjero para poder progresar en su carrera profesional.
Hay gente en mi campo en España que está haciendo muy buen trabajo, pero es cierto que yo he podido abarcar más y dedicarme a proyectos más arriesgados, porque tenía una financiación más elevada y a más largo plazo. Eso me ha permitido ser más competitiva y poder dedicarme a proyectos más arriesgados pero con mayor impacto. Puedo contratar a los mejores investigadores porque no me van a faltar medios. De hecho, me dieron el Premio Shaw por algo que estuve 20 años investigando y a lo que pocos se atrevían a enfrentarse: ayudó mucho saber que iba a poder tener financiación durante todo ese tiempo. Por eso aprecio tanto la ciencia que se hace en España, en situaciones donde no se sabe si va a haber continuidad o con recursos que no son los de EEUU.
Las universidades públicas españolas están infrafinanciadas y muchas se encuentran asfixiadas. No tienen ni para pagar la luz.
Es una pena. La educación y la ciencia requieren de inversiones a largo plazo. Durante décadas EEUU ha estado invirtiendo de forma sostenida en investigación. Veremos ahora Trump. La vez anterior no hizo cambios porque existía una tradición muy fuerte entre los republicanos y los demócratas de sostener a la ciencia. Somos potencia internacional por las universidades y la investigación.
¿Qué tipo de vida hace en Berkeley?
Me levanto a las 6.30, me pongo un café y miro mi correo. Preparo la clase y suelo hacer Pilates o aeróbic, porque el ejercicio es muy importante. Desayuno un batido de kale o yogur con plátanos, fresas o arándanos, que tienen proteínas y antioxidantes. Entro a trabajar sobre las 9 en un laboratorio donde la mayoría somos mujeres. A las 18 suelo irme a casa porque cenamos muy pronto. Yo me encargo de la cena y mi marido, que es británico, se encarga del jardín y de arreglar todo lo que se rompe.
Tiene dos hijos, de 22 y 24 años. ¿Qué estudian?
El de 24 años estudió Ingeniería Mecánica y está haciendo un máster de Robótica en la Universidad de Berkeley. El de 22 años está terminando Ciencia de Medio Ambiente en la Universidad de California en Santa Cruz. Estudia el suelo para temas de agricultura sostenible. Son brillantísimos. A lo mejor no son tan trabajadores como era yo, pero leen, están al tanto de las noticias, tienen pensamiento crítico y se puede mantener con ellos conversaciones a muy alto nivel.
¿Sabe cómo les ha ido a sus compañeros del instituto?
La mayoría de nuestros padres no fue a la universidad, mientras que nosotros fuimos casi todos. Una estudió Medicina y se hizo anestesióloga; otra, Ingeniería; otro, Geología… Funcionó el ascensor social. Si yo no hubiese tenido la calidad que tuve en el instituto, no estaría aquí. No sé qué habría hecho, para mí fue esencial.
FUENTE: EL MUNDO
Categorías: Muy Interesante

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