El cultivo del azafrán –especia que se obtiene a partir de los estigmas de la rosa con el mismo nombre– trae consigo una trayectoria histórica apenas cuestionable y que deja al cotizado condimento en un lugar de privilegio frente a otras especias. Con una llegada incierta, aunque presuntamente dependiente de los pueblos árabes que llegaron a la península, el azafrán consiguió colarse en las zonas rurales con la excusa de ser, tanto para grandes propietarios como para las gentes más humildes, un medio de sustento.

Actualmente, Castilla-La Mancha concentra la mayor parte de la producción española de esta especia, aunque el cultivo del conocido como «oro rojo» ya tiene su tiempo en una región donde ha pervivido, y convertido en tradición, gracias al esfuerzo de quienes no tenían más que su fuerza de trabajo. Una labor dura sustentada, en mayor medida, por mujeres; mujeres rurales.

«Empecé con el azafrán desde chiquitica, recién nacida prácticamente. Tenían ya mis padres cultivo por entonces», afirma Mónica Candel. A sus 74 años, repasa una juventud que dedicó a cultivar la preciada especia. Mónica reside en un pequeño municipio ubicado en La Mancha Alta Albaceteña, de nombre Barrax, donde ha cultivado desde siempre lo que «ha dado de comer a mucha gente» en el pueblo.